En este pequeño "dossier" se comentan algunas de las muchas películas que pueden contribuir a la discusión sobre el problema emigratorio en toda clase de entidades solidarias.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
www.kaosenlared.net/noticia/algunas-notas-para-debate-sobre-cine-emigracion-bienvenido-En este pequeño "dossier" se comentan algunas de las muchas películas que pueden contribuir a la discusión sobre el problema emigratorio en toda clase de entidades solidarias. Su título es naturalmente una ironía en clave de cine sobre las diferentes maneras de recibir las visitas, sobre cuando somos más que hospitalarios (con los ricos como Mr. Marshall), y cuando no los somos nada (con los pobres, como Alou). Los ricos no tienen problemas de papeles, así por ejemplo, los granbdes consorcios norteamericanos pueden estrangular nuestra distribución cinematográfica, copar las programaciones de películas en nuestros canales de TV, pero a los extranjeros pobres se les condena al "apartheid" jurídico, a una ilegalidad que los convierte, ya por el sólo hecho de no tener papeles, en delincuentes. Esto, que resulta más que evidente para cualquiera, no resulta fácil de explicar a la ciudadanía, sin cuya complicidad, los gestores políticos no podrían actuar con la impunidad con que actúan.
El cine puede hacer su contribución para llevar la conciencia a la población trabajadora. Decir cine es decir una filmografía muy amplia, un catálogo inacabable, sin embargo, también existen quince o veinte películas que abordan a corazón abierto la cuestión de la emigración, películas conocidas que, salvo alguna excepción --como Todos nos llamamos Alí--, resultan bastante asequibles a través del vídeo o de la grabación por TV, a través quizás de conocidos que tienen tal o cual, aunque lo justo sería que estuvieran a disposición de la gente a través de las bibliotecas públicas, aplicando al cine la misma orientación que a los libros. Es lamentable, que todavía no sea así, y que filmografías necesarias como la que aborda este tema no estén siempre a la mano, pero bastará que una propuesta así cobre cuerpo para que se las encuentra como se encuentran en muchas bibliotecas públicas europeas.
En el listado se intenta abarcar la emigración en un sentido amplio, aunque básicamente, aborda de entrada el "muro" del Estrecho, la psicosis de fortaleza asediada europea, transcurre mediante diversas formas de conflictos, y se cierra con un capítulo histórico, de hecho cada título permite numerosas variaciones temáticas aunque sean tangenciales, temas tan candentes como las pateras, las cárceles, la prostitución, por no hablar de los encuentros y desencuentros con los "nativos", aparecen aunque sea marginalmente. Aunque se trata de un material insuficiente, siempre queda la oportunidad del documental, la cuestión es aprender a servirse del cine-forum para penetrar en los principios de una diálogo a varias bandas: con los propios emigrantes, con las personas que quieren saber y opinar, creando en lo posible una institución estable cuyo nombre puede convertirse por sí mismo en un reclamo. Como ya ocurrió otras veces, quizás lo más difícil sea el comienzo…
Dentro de los comentarios he tratado de subrayar algunos puntos que podían ser útiles para un forúm. Una vez vista la película, las imágenes tienen la virtud de "soltar la lengua", solo falta crear las condiciones mínimas, haciendo posible lo que de otra manera no lo es. Por otro lado, al iniciar una práctica se pueden abrir otras puertas, incluyendo por ejemplo la posibilidad de "intercambio" con los diversos cines nacionales de los diversos países que aportan mayor número de emigrantes; muchas de sus películas ya se ofrecen por ejemplo en el Canal Digital, pueden ser enviadas. De alguna manera, se trataría de establecer un "puente" para el diálogo, para una actividad creativa con la que sea posible encontrar un punto de partida, una plataforma viva que acerque a los interesados y a parte de la llamada "mayoría silenciosa", la suma de los argumentos solidarios que, por otro lado resultan ampliamente desarrollados en una ingente bibliografía, por no hablar de toda clase de revistas, folletos, o tribunas en la prensa. Se trata que un material crítico tan rico no se quede reducido a las minorías esclarecidas y conscientes.
Con este trabajo he tratado de cumplir las peticiones que se me había sugerido en muchísimas ocasiones por parte de mis amistades más implicadas en actividades solidarias. La idea del cine-forum está en el aire, aparece en cualquier discusión sobre el qué hacer de cualquier entidad o colectivo, sobrevuela por el ambiente cuando se dan luchas liberadoras, al calor de la ya histórica ocupación de la Iglesia del Pi de la Ciudad Condal, o de la Universidad Pablo Olavide, en Sevilla. Surgió entre las propuestas "que irían muy bien", en barrios en los que, como Sants, o en ciudades Cornellá o Villafranca, se da un núcleo social activo, con voluntad de crear movimientos estables. Es algo con lo que poder sumar y ampliar las experiencias más creativas, un medio para llegar a los propios actores, a los "sin papeles", para establecer reflexiones, contrastes de ideas, de cara toda clase de colectivos interesados por una cuestión cada vez más dolorosa y candente desde el momento en que la barbarie neoliberal sigue aumentando las condiciones socioeconómicas que obliga a tanta gente a abandonar su mundo propio, aunque para ello tenga que correr los mayores riesgos. Una evidencia de lo que decimos es la que ofrece América Latina, que antaño asimiló a tantos y tantos emigrantes europeos.
El medio del cine-forum ya ha mostrado su eficacia en otros momentos, aquí por ejemplo fue muy útil en la lucha democrática contra el franquismo. Aunque en su variante tradicional --la pantalla grande--, hoy no resulta muy asequible, sí lo puede ser gracias al formato vídeo y a los proyectores gigantes --los llamados cañones o canutos--, que ya cuentan muchas entidades, y cuando no, deben ser objetos de reivindicación en toda clase de entidad cultural pública. Con el cine se puede hablar de toda clase de experiencias y acontecimientos, sus cualidades didácticas pueden ser extraordinarias con unos medios nada espectaculares, un equipo de gente con ganas de crear espacios de encuentros, un local, un día, una hora, quizás alguien que ofrezca las pistas de lo que el proyector va a permitir discutir después. Valga pues este pequeño trabajo como una posible aportación para tratar de avanzar también en la actividad asociativa y cultural orientada da cara de todos esos ciudadanos trabajadores como nosotros, emigrantes como tantos otros de nosotros ayer, víctimas de los desafueros de la colonización, del desarrollo desigual de las riquezas…
Después de la proyección, el público tiene la palabra, todos los temas están abiertos, se puede hablar de otras películas, de tal anécdota, del enfoque de tal personaje, de una historia subyacente que pasa, de un detalle que nos recuerda otros vividos, etc, etc.
Inicialmente, el texto estaba destinado para una pequeña edición Hacer, concretamente como un “suplemento” uno de los números de la colección “Textos de Política Social”…Sin embargo, cuando había escrito un primer borrador, la editorial sufrió una de sus crisis, y el proyecto quedó embarracado. Tampoco prosperó la idea de reconvertirlo para otro proyecto, de manera que quedó tal cual. Algunos de sus capítulos fueron publicados en diversas páginas alternativas, pero esta es la primera vez que aparece al completo gracias a la amabilidad de los amigos y amigas de L´Espai Marx.
1. La fortaleza europea
A contracorriente de las modas esclavistas, la obra de Gianni Amelio mantiene --en una línea no muy lejana a la del mejor Ken Loach-- marcadamente social. lo que ha hecho que se le clasifique abusivamente como un heredero tardío del neorrealismo, aunque sus películas están lejos del "testimonialismo" como del cine de denuncia, al menos tal como se entendía --sobre todo en Italia-- en los años setenta. Entre una lista de títulos importantes destaca especialmente Lamerica (1994), galardonada, entre otros muchos otros premios, con el Felix de la Academia de Cine Europeo a la Mejor Película del año, y digna continuadora de un referente tan impresionante sobre los desarraigos de la emigración como Rocco y sus hermanos (1960), un título "imprescindible" sobre la cuestión del gran Luchino Visconti. Se trata de la mejor película existente sobre la "debâcle" del estalinismo en los países del Este tras la caída del muro de Berlín, y sobre el denominado "efecto llamada". Quizás una de las imágenes más ilustradoras y kafkaianas de dicho "efecto" sean las que cruzaron el mundo en 1991 como una ilustración del cruel chiste fascista sobre el inválido (el trabajador que aspira a cambiar su vida) que viaja a Lourdes, y reza atribulado mientras una multitud le pisotea: Virgencita, virgencita !que me quede como estoy¡
A este estremecedor colectivo de desesperados (símbolo de tantos otros), no le esperaba el sueño americano, sino la Italia de Berlusconi-Bossi-Fini (o de los herederos de Craxi), dispuestos a hundir los barcos de ilegales que se aproximen a sus costas. Comentando Lamerica, Amelio, nieto de emigrantes, declaró: «Me pregunto sí a veces no deberíamos recordar lo que significa tener hambre. Aún así, sigo sintiendo vergüenza al hablar de esto; porque podría parecer una película construida sobre ideas, cuando de hecho está construida sobre lo que sale del corazón. Sale del corazón y de las entrañas más que de la mente».
Lamerica es un título irónico que evoca loo que significó para generaciones de emigrantes italianos "el nuevo continente", en este caso en una Italia "montada en el dólar" cuya miseria moral basada en la euforia neoliberal del beneficio rápido y sin escrúpulos es para Amelio tan preocupante la miseria económica de un país en descomposición (Albania), donde la gente malvive, y en el que los islotes de dignidad moral está representado por algunos trabajadores públicos. Lamerica (Italia) que tan bien simboliza Berlusconi, se halla encarnada en dos empresarios-timadores que pretenden montar una fábrica de calzado en Albania con el exclusivo objetivo de beneficiarse de las ayudas económicas destinadas a la creación de nuevas industrias, y como tantos otros, desaparecer después sin haber fabricado un solo zapato. Su único inconveniente es que necesitan un testaferro local como presidente de la empresa, tarea para la que escogen a Spiro, un anciano sin familia y con las facultades mentales perturbadas que aparentemente no comporta ningún problema para sus manejos, pero cuya historia oculta nos remite a otra Italia, antecesora de la actual, a la de Mussolini, que trató en su momento de anexionársela con la ayuda de la Alemania nazi. Spiro había permanecido encerrado en la prisión durante cincuenta años, lo que le ha llevado a perder la razón y a creer que todavía tiene veinte años, y en realidad lo que espera es regresar a su Sicilia para reencontrarse con su mujer y con un hijo que no conoció
En compañía del "viejo loco", uno de los socios, Gino (Enrico Lo Verso, actor fetiche de Amelio), se verá a su vez envuelto en una suma de peripecias que le obligarán a cruzar buena parte de Albania en compañía del anciano Spiro, en cuyo rostro se refleja todo el dolor del pueblo albanés. Dicho periplo pone a Gino en contacto directo con la de la miseria absoluta, una situación a la que él se cree ajeno con su coche y su dinero. Sin embargo se verá, involuntariamente inmerso en la misma pavorosa desolación tras la pérdida de ambas corazas protectoras. Al igual que le había ocurrido al anciano Spiro durante los horrores de la guerra, ahora Gino acabará confundido entre la vorágine que empuja a miles de personas de un lado a otro del país con la vana quimera de trasladarse a Italia, ahora supuesta "tierra prometida" donde, por lo que han visto en la televisión, y le han contado, creen que podrán encontrar un trabajo, techo y, con quizás un poco de suerte, la posibilidad de "hacer Lamerica", como antaño creyeron millones de italianos.
La película pues, tiene dos caras, de un lado describe el atroz drama social que sufre Albania después de la caída del comunismo, pero será el descubrimiento de la verdadera historia del anciano lo que moverá a Gino a percibir el abismo de su propio vacío moral. Una singular "toma de conciencia" que el joven "yuppie" experimenta en su propia carne cuando la policía le retira el pasaporte, y perder así su condición privilegiada de italiano, y concluye confundido como un albanés más. En medio de la confusión general, Gino encuentra de nuevo en el barco que le lleva de regreso a Italia a Spiro, quien cree estar viajando hacia América. Paradójicamente, en su último encuentro, y una vez superadas las barreras generacionales a causa de la edad mental del anciano, será éste quien anima al joven a continuar luchando para conseguir un futuro mejor, él todavía sueña a pesar del horror vivido. Angustiosa y esperpéntica metáfora sobre la nueva emigración, Lamerica sitúa el debate en las dos orillas y denuncia con pasión los muros creados contra los pobres, en este caso de un país que perteneció al "segundo mundo", y que había caído por debajo de los considerados del "tercero".
Lamerica es hermosa y terrible película, y al tiempo, una metáfora sobre una Europa derrumbada, y sobre otra, la dominante, que antepone al dinero a cualquier consideración humana. Tiene la virtud de una reflexión en profundo, del sin sentido que está adquiriendo la historia, tiene todos los atributos de una dramática advertencia, y aunque está muy lejos de ser una película "de tesis", contiene todos los elementos para un apasionante cine-forum… .
2. Historias de pateras y nativos
Por sus particulares estructuras de producción, el cine hispano privilegia las comedias y las adaptaciones literarias, desconfiando de las crónicas y los dramas sociales, de manera que no es de extrañar que raramente se haya preocupado de la emigración y el racismo con la amplitud que cabía esperar. Y aunque cronológicamente los arquetipos más banales y paternalista, quedan muy lejos, lo cierto es que siguen teniendo mayor peso en el imaginario que las producciones más avanzadas sobre la cuestión. No hay más que efectuar una conversación en ciertos ámbitos para comprobar que no estamos tan apartados de los cánones establecidos por un título tan popular que conocían hasta los más ignorantes sobre el cine, como El negro que tenía el alma blanca, basada en una popular novela del olvidado Alberto Insúa, y que es un viejo melodrama sobre las dificultades de un negro descendiente de esclavos en una sociedad de blancos que, y según el cual --se repetía paternalmente-- habían negros que tenían el alma blanca como habían angelitos negros que durante décadas configuró, todo un arquetipo popular afirmado por tres versiones diferentes (1927;1934; 1951). Otro gran arquetipo fue recreado a través de la historia del cantante Antonio Machín, evocada recientemente en un soberbio documental, Machín: Toda una vida, de Núria Villazán Martin, y en base a la cual resultaría seguramente muy oportuno deliberar sobre el racismo cotidiano de la "mayoría silenciosa".
En los últimos tiempos se han dado algunas notables excepciones que confirman la regla "pasotista". En algunas de ellas se trata de un apunte más o menos tangencial, como en el primer Torrente cuando demuestra su "valentía" con un emigrante que no se puede defender o con el escenario delirante de la estación clausurada de un metro ahora ocupada por familias de emigrantes en la extraordinaria Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998). Con un espíritu semidocumental, Montxo Armendáriz fue el primero que abordó la difícil vida de los africanos que llegan a las costas españolas, en Las cartas de Alou (1990), una Concha de Oro, y al margen de sus controvertidos valores cinematográficos, muy necesario. En una línea bastante próxima cabe registrar la semiinédita Saïd (Llorenç Soler, 1998), que narra las vicisitudes de un joven marroquí llegado ilegalmente a Cataluña…
El "fantasma de la emigración" que recorre Europa, y la reacción primaria del pueblo llano está presente también en primer plano en dos películas de calidades muy diferentes, la mediocre Bwana (Imanol Uribe, 1996), que sin ocultar su origen teatral (de una obra de Alonso de los Santos, autor de obras como Bajarse al moro, que dio lugar a una película de 1988 con "drogatas" blandos y festivos de Fernando Colomo) recoge la agresividad de una pareja de españolitos "comunes" (Andrés Pajares, un taxista dominguero en busca de moluscos playeros, y su atribulada y tópica señora, Maria Barranco) hacia lo desconocido/temido, con un emigrante que se describe como un espíritu bueno, y la apasionante El techo del mundo (Felipe Vega, 1996) que parte de la amnesia de un español integrado en Suiza, que inopinadamente le despierta atávicos instintos racistas, para trazar un retorno a las contradictorias raíces populares y afectivas. También cabe señalar Susana (Antonio Chavarrías, 1996), y también porque aborda la cuestión desde una perspectiva especialmente sugestiva, Flores de otro mundo (Iciar Bollain, España, 1992). Nos ceñiremos a las más interesantes…
…como Las cartas de Alou que podría ser, aunque de una manera, algo irónica y poética, de "leer" lo que se nos cuenta como una forma "epistolar" de aproximación, muy esquematizada, de la trayectoria de un emigrante senegalés, Alou (Mulie Jarju) dentro de la sociedad española. Seguramente, por primera vez en el cine español, un subsahariano es el protagonista absoluto de una gran película sobre la emigración y el racismo, Este negro no tiene problema de "alma" sino expectativas, y su trayectoria entre dos viajes en patera es, al mismo tiempo, una metáfora que compone un complejo calidoscopio sobre la realidad de la España satisfecha de sí misma y sobre de la aguda problemática de la emigración africana en este contexto de "nuevos ricos".
Hasta este Alou el cine español no había sabido recoger en sus imágenes esta difícil y conflictiva parcela de una realidad sobre la cual alguien con una conciencia social y crítica difícilmente puede discutir sin acritud en el trabajo, en la familia. Mientras esta emigración fue incipiente, la actitud más común era la paternalista sobre los "negritos", pero cuando se ha convertido en parte del paisaje suburbial, ha surgido un sordo conflicto cuyas consecuencias requieren ser ampliamente conocidas y debatidas. Por eso es que, por encima de este panorama emerja este honesto esfuerzo de Montxo Armendáriz (cuya obra maestra es Silencio roto, dedicada al "maquis" antifranquista), que arroja sobre las vicisitudes de Alou una mirada extremadamente respetuosa, concisa y muy pegada a lo que hace; es la acción lo que le define. Armendáriz evita de toda tentación especulativa, descarta el paternalismo redentorista, y se aparta de la denuncia fácil, de la tesis discursiva; nos ofrece una historia y unos personajes perfectamente reconocibles. Lo primero que llama la atención, en efecto, es la precisión realista del relato apoyado sobre la idea permanente del viaje, un viaje ilegal que articula y subyace a todo su desarrollo. La patera que naufraga en las costas españolas, el viaje en tren hacia Madrid, el viaje en autocar hasta Barcelona y luego también a Lleída, el viaje en avión de forzada repatriación y, de nuevo, una patera que surca las aguas para volver a intentarlo...
Son cuatro las cartas de Alou que nos sirven de guía argumental; la primera abre la historia y la cuarta la cierra. Ambas se escuchan en la pantalla al compás de dos momentos de su viaje, la primera sirve de inauguración, como expresión de una apuesta que aparece como necesaria, la cuarta clausura un trayecto que al mismo tiempo que físico, es también existencial y moral. La segunda está redactada mientras vemos pasar por una ventana, (en una imagen bellísima), los trenes que se bifurcan en múltiples direcciones. La tercera es resultante del regreso de un compañero emigrante que regresa, que emprende un nuevo trayecto. Punteada por las cartas, la historia pivota sobre dos partes bien diferenciadas. La primera gira en torno al aprendizaje del idioma la necesidad de dominar el lenguaje y de controlar la expresión se desvela como una premisa para la supervivencia. La segunda tiene por centro el juego de las damas, las fichas blancas y negra no sólo constituyen la fiel transposición de una extendida afición entre los emigrantes (fundamentalmente marroquíes) sino que también operan como una estilización (nada mecánica ni primaria) de las difíciles relaciones entre nativos y emigrantes.
El tablero de las damas pone en relación a Carmen (Eulalia Ramón), la hija de tabernero amable (Joaquín Vidal) y Alou. Delante de las fichas nace su relación y jugando con ellas le conminan para que la clausure por presión paterna, una cosa es que ser amable, otra muy diferente convivir. El mismo juego, a su vez, adquiere un papel fundamental en el origen de Ia amistad entre Alou y Moncef. Y por sí todo esto fuera poco, las dos partes del relato evolucionan al compás del tema de la amistad, que discurre por dos caminos de trayectoria inversa en cuyo cruce se encuentra el punto equidistante de los dos extremos: la amistad y el aprecio que Alou siente por su amigo Mulai se va desvaneciendo al mismo ritmo, y casi en paralelo, que va creciendo y consolidándose su amistad con Moncef. Son los dos polos entre los que se mueve el protagonista: una alternativa de vida y de existencia. Mientras Mulai se ha integrado en base a la especulación y del aprovechamiento de las dificultades de sus propios compañeros, dentro de un proceso que le ha conducido al bienestar material y a la prostitución moral, Moncef es la imagen misma de la aceptación pasiva, del acomodamiento en las circunstancias y del conformismo vital. Estamos lejos de todo esquema simplista o maniqueo. Esta no es una película de "blancos malos y negros buenos"; aquí todos tienen sus contradicciones y todos luchan, con las armas que tienen a su alcance, por diferentes formas de supervivencia que en el momento de las pateras casi resulta una cara o cruz ante la muerte.
Las cartas de Alou, como es natural, también habla del racismo, un racismo cotidiano que palpita en la película, y que es el mismo que se respira en cada rincón de nuestra sociedad. Es una actitud que se trasluce en las miradas callejeras, en la reacción de las chicas de alterne con los emigrantes, en el cambio de opinión del padre de Carmen, el que expresa en la acritud de una vieja patrona cuando no entiende a sus inquilinos de color, en la impavidez de un camarero normal y corriente que no quiere atender al "extraño", el mismo que resuman los patronos de las viñas cuando pagan con displicencia, es el racismo de papa y mama, del cuñado y de la tieta, el mismo que permite al PP hablar de endurecer una ley de extranjería ya de por sí xenófoba y aberrante, promulgada en la época de Felipe González, y que puede ser empeorada por la presión de la ola lepenista manifestada en barrios y pueblos de los que, hasta hace poco, nadie habría pensado que ocurrían cosas así. Armendáriz retrata un racismo silencioso, cotidiano, que preña y corroe las actitudes --individuales y colectivas- de una sociedad enfrentada a un fenómeno hasta hace poco desconocido y que reacciona egoísmo, con insolidaridad y recelo, olvidando su propia historia. Sin embargo, la posición de Armendáriz, que es inequívoca y nítida, se halla muy lejos de la denuncia frontal: su mirada bucea en las motivaciones de los personajes, intentando comprenderles aunque no siempre les justifique. La radiografía se hace implacable y penetrante precisamente por esto: porque los conflictos no se esquematizan, porque los personajes son antes seres humanos que figuras representativas, porque la mirada sobre el conjunto, que es poliédrica y en absoluto, unidireccional.
Por todo ello, se trata de un filme imprescindible que nos desvela una durísima mirada aunque albergue en su interior un soterrado sentido del humor que humaniza y distiende el relato sin banalizar o trivializar las realidades que convoca.
Magrebíes, subsaharianos, hindúes y paquistaníes, sudamericanos, etcétera están cambiando radicalmente la fisonomía tradicional de muchos barrios catalanes. La ocupación de la emblemática Iglesia del Pi por un extenso colectivo de emigrantes sin papeles con al poyo de una extensa red de colectivos de izquierdas, sindicatos y entidades solidarias llevó el debate al primer plano de la realidad nacional Como una aportación al debate, un programa especial del canal autonómico --dando una buena muestra de las cosas positivas que se pueden hacer desde la TV pública-- emitió un conjunto de excelentes programas documentales, así como Saïd, la "ópera prima" de Llorenç Soler (Valencia, 1936), cineasta independiente, director de fotografía de docenas de títulos realizados tanto dentro como fuera de los márgenes de la raquítica y muy institucional industria catalana; autor de comics, poeta, pintor y realizador televisivo. Y es paradójica porque Soler lleva realizados numerosos filmes como director; siempre en los antípodas "de lo que se lleva"; documentales, en su mayoría, y siempre sobre temas más o menos candentes. Encargo directo del exdirector y actual productor Ferran Llagostera, Saïd es la adaptación de una novela para jóvenes de Josep Lorman, Las aventuras del joven Saïd, que el propio autor convirtió en un largo guión reducido finalmente por Soler a un metraje razonable, hora y media de un denso drama humano rodado en las calles de una Barcelona cada vez más mestiza. Soler, acostumbrado a trabajar con un equipo mínimo, aceptó una apuesta que se plegaba a los métodos tradicionales de rodaje, considerando sin duda que, por su valentía argumental y por sus posibilidades de difusión, valía la pena.
Envuelto en mil problemas derivados de su falta de papeles el protagonista encuentra la complicidad del barrio, pero también sufrirá las consecuencias de la opción de su mejor amigo quien, para escapar de trabajos muy duros, ejerce de proxeneta y trafica con droga. Inmediatamente, Saïd se ve envuelto en un clima en que debe superar cada día los sobresaltos provocados por la policía. A este cuerpo pertenecen dos "paisanos" prepotentes que no soportan que acompañe a una chica guapa. Lo que en principio es un mero encuentro para hablar de su historia llevará a Saïd (Noufal Lhafi) a sentirse atraído por una joven universitaria, Ana (Núria Prims), que está escribiendo su tesis doctoral sobre la emigración magrebí. Agredido por unos skins que matan a uno de sus amigos, a pesar de su situación de "sin papeles", se mostrará moralmente obligado a comparecer en un juicio contra el grupo fascista para que estos no puedan seguir con sus tropelías, como ocurre en demasiadas ocasiones. Está en peligro también el compromiso de Ana que también se han enfrentado a sus padres, y que encuentra el apoyo de la abogada Elena (Mercedes Sampietro), ligada a SOS Racisme. A pesar de su intensa relación, su historia se cerrará cuando Saïd es obligado a repatriarse que pondrá en peligro la vida familiar de la chica, ante la incomprensión de los acomodados padres de la universitaria.
Aquí nos encontramos con otra película en la que cabe distinguir dos cosas paralelas, pero también diferentes. De un lado, Saïd es una película realizada para golpear las conciencias apoyándose en una trama y en una reconstrucción social y ciudadana rotundamente verista. Se trata claramente de un testimonio sobre la xenofobia y el racismo más descarados que impregnan nuestra sociedad, comenzado por las instituciones policiales. Es también un relato sobre la violencia cotidiana, que se muestra de tres maneras complementarias, la institucional, la callejera de los grupos fascistas como los skins, pero igualmente de una manera brutal o de un modo más sutil y enmascarado a partir de los comportamientos de respetables burgueses cómodamente instalados en la sociedad del bienestar, una violencia que no necesita derramar sangre para imponerse. Se trata pues de una película que aborda frontalmente la pequeña odisea de los nuevos emigrantes que llegan y se instalan, y que no hablan no ya catalán sino ni siquiera castellano; tienen problemas de papeles legales y sufren una explotación mucho más acuciante de la vivida por sus antecesores sureños bajo el franquismo. Aquí está el mejor Saïd, en la reconstrucción de la vida cotidiana de los inmigrantes magrebíes en Barcelona. Es en este terreno donde la mirada documentalista de Soler hace elevar la película por encima de sus evidentes limitaciones. Es el dominio de su oficio lo que, aparte de su carácter cívicamente necesario, mantiene la tensión y los conflictos del filme.
Es pues, el director, quien logra por momentos que olvidemos que estamos viendo un filme tan esquemático. Considerando que los actores resultan más que aceptables (y no solo en el caso de actores profesionales como Jordi Dauder, Mercedes Sampietro o Agustín González, sino también los magrebíes que nunca habían trabajado delante de una cámara), y que la ambientación está muy logrado, el problema radica claramente en un guión excesivamente didáctico y previsible, y por lo tanto torpe a la hora de hacer avanzar la acción, en los diálogos que tienden a resultar muy "significativos". Lo cual es más que suficiente para suscitar numerosas discusiones.
Basada en la novela El río del olvido, de Julio Llamazares, que ha colaborado en el guión, El techo del mundo es una fábula social protagonizada por Tomás (estupendo Santiago Ramos), un español emigrado a Suiza, hombre radical de izquierdas y por lo tanto solidario, al que un accidente laboral lo sume en la amnesia y lo convierte en un vulgar xenófobo que repite todos los estereotipos racistas que se suelen escuchar en nuestros bares o en las sobremesas familiares. Racismo e ideología izquierdista se turnan con la emigración en el argumento de esta historia con paradojas, pero en la que no es difícil registrar la involución de no pocos izquierdistas "desencantados" que, tras asistir a la descomposición de la izquierda tradicional se han acomodado a un mundo de derechas; ¿no es la abstención el primer voto obrero, y el PP el segundo partido más votado entre éstos?
El antiguo emigrante izquierdista desaparece, y emerge uno nuevo que parece extraído del electorado de Le Pen (que aparece en televisión) y desea sin las barreras de la cultura, llega a tentar el tabú del incesto. Su identidad básica vuelve a ser estrecha y rudimentaria como la de todos los seres que han de luchar a muerte por forjarse una vida y se sienten amenazados por la inseguridad y por lo extraño. Él tiene (y sabemos, al principio de la película, lo que eso cuesta) pasaporte suizo, y en su cabeza borrada la preocupación es pisar el único suelo estable que las leyes le han otorgado El retorno a las raíces leonesas del protagonista es la terapia que emplean las dos hijas de Tomás para recuperar al que había sido un hombre de principios íntegros El paisaje durante el viaje empieza a producir efectos curativos. La hija sordomuda, Thèrese (Nathalie Cardone) es la que dirige a su padre en el viaje y asume el papel de jefe de familia. Iciar Bollain interpreta a Teresa, la sobrina de Tomás que permanece desde siempre en el pueblo leonés. Es una superviviente en el mundo rural abandonado por todos. Sabe que el campo es su sitio…En sus raíces, lejos del miedo por "su nacionalidad suiza", Tomás recupera la memoria en un final que se guarda en reserva una incógnita, y en la que la aparición de Mulie (Las cartas de Alou) Jarju como sí fuera el propio Alou, tiene un papel decisivo.
Admirador confeso de Loach, Felipe Vega ha adaptado la fábula de Julio Llamazares para hacer una reflexión sobre la ambivalencias y los equívocos de nuestro tiempo, y ha realizado una película cuyo "mensaje" resulta tan necesario como el de Armendáriz ya que, como en todos los dramas sociales, en el de la emigración también hay que hablar de dos orillas (o fronteras), y es tan necesario ser solidario con los que cruzan el estrecho de la muerte con infames pateras como acertadamente crítico con los que, por una reacción que tiene mucho de amnésica, los rechazan, dándole de esta manera un apoyo directo a las autoridades que se benefician de la xenofobia precarizando aún más el mercado laboral, y sacando provecho electoral del medio del pueblo convertido el "mayoría silenciosa".
Santa Eulalia (en realidad, Cantalojas, una aldea de cien habitantes en la sierra de Ayllón, Guadalajara, necesitada como santísimos otros pueblos semiabandonados, de emigrantes que le vuelvan a dar más vida) es un pequeño pueblo que no cuenta apenas con mujeres solteras. Como ocurrió en la realidad en otro lugar, los nativos, después de contemplar por la TV una emisión del famoso "western" de Willian H. Wellman, Caravana de mujeres (Westward for Women, USA, 1951), deciden hacer unas fiestas de solteros e invitar a un autobús de mujeres entre las cuales tres comenzaran una nueva vida pareja. Son Flores de otro mundo, hermoso título de la segunda película como directora de Iciar Bollain, una de las protagonistas de Tierra y Libertad, de Ken Loach. Se basa en un guión escrito entre ella misma y Julio Llamazares, buen conocedor del mundo rural y al que Iciar conoció durante el rodaje de El techo el mundo
Estas flores en plural, nos remiten a tres historia, dos de ellas la que más nos importan aquí), tienen una coprotagonista inolvidable en Patricia (impresionante Lissete Mejía, una bailarina dominicana que debutó en el cine), una dominicana con dos hijos, sin permiso de residencia, y con un marido proxeneta, y que encuentra un hogar en casa de Damián (Luis Tosar, muy ajustado), un tímido integral que trabaja rudamente en las faenas agrarias, y que comparte techo con una madre posesiva y huraña (Amparo Valle), que tiene todavía un pie en la Castilla de La aldea maldita. La relación es tierna, pero está atravesada de conflictos, pero ella sabe que esta es su última oportunidad, él aprende que ella vale realmente la pena, al final, la madre acepta y comprende; Patricia es la flor que se implanta. Otra historia la representa, Milady, la flor que no se arraiga, una afrocubana para el que la vida en pareja y el ambiente cerrado de un pueblo le vienen demasiado estrecho…La película respira verdad por los cuatros costado, parece la vivida ilustración de esas fotos en la que una mujer negra cargada de hijos aparece satisfecha y rotunda en un olvidado pueblo de la meseta castellana en el que la renovación generacional hace mucho que dejo de funcionar…Detrás de esa foto hay sin duda muchas historias, pero sobre hay un nuevo comienzo. Bollain nos ofrece una visión positiva, regeneradora, del hecho emigratorio. No hay más que darse una vuelta por esos pueblos agrícolas medio abandonados para imaginar todo lo que podrían hacer personas como las que aparecen en la película…Por supuesto, tampoco obvia una parte oscura, en el caso, el antiguo compañero de Patricia convertido en una especie de proxeneta, parte de una delincuencia que encuentra su caldo de cultivo precisamente en la irregularidad.
3. No molestes a mi amigo/a
Todos nos llamamos Alí (Angsi essen Seele Auf. Alemania, 1974). Es una de las mejores películas de Rainer Werner Fassbinder, el más rompedor e interesante de todos los representantes del llamado "nuevo cine alemán. Conocido por su pasión por el melodrama clásico, se sirve de un argumento clásico de su admirado Douglas Sirk (Sólo el cielo lo sabe, 1954), para insistir en las estridencias de dos almas fracturadas, y para componer una serenata al amor imposible, en la Alemania de los setenta, y quizás más hoy en día. Lo protagonizan una viuda de 60 años (Brígitte Mira), que se enamora hasta la extenuación de un trabajador marroquí (El Hedi Ben Salem) de 30 inviernos; aquí no hay primaveras. Aunque esta relación le insufla vida e ilusión, el ambiente es opresivo, y la reacción es de incomprensión.
Aunque el enfoque parece narrativamente sencillo, su declamación es de voz en grito y exceso, apunta hacia muchas realidades. Se trata quizás de la muestra más brutal de un director enamorado del límite, comprometido pero no demagógico. Cuando el miedo se come el alma (así reza el título original), Fassbinder levanta un acta testimonial de la Europa de Schangen. Fassbinder no se queda sólo en el terreno del racismo y de las prevenciones sociales, sino que comprendemos, a partir del rechazo que la pareja provoca de sus hijos, yernos, en sus vecinas o de sus compañeras de la limpieza (de los que Fassbinder hace un retrato ajustado y cruel de la "gente real"), anota que lo que en realidad les molesta es percepción de un brillo de felicidad en los demás, contrapuesto a la desolación general como una especie de envidia sentimental que les corroe, signo inequívoco de su patente pequeñez moral. A pesar de la bondad de los sentimientos de Emmi, el destino se ceba en ella, en abierta demostración de que no hay piedad para los desarraigados.
Se trata de una película de gran prestigio crítico que desdichadamente no resulta comercialmente lo asequible que debiera, quizás por lo mismo, porque representa una muestra cine directo, que hoy emparentaríamos con algunos títulos de Ken Loach. Todos nos llamamos Alí empezó a cimentar la fama de Rainer Werner Fassbinder en las pantallas internacionales al obtener el premio de la Fipresci en el Festival de Cannes. El director germano supo obtener lo mejor de un reparto formado por actores poco conocidos, sacados del teatro, del medio televisivo o sencillamente de su círculo de amigos. Él mismo se reserva el papel de Eugen.
Emigrado a Francia con su familia en 1962, el argelino Mehdi Charef (n. 1952), trabaja en diversos oficios, pero sobre todo como tornero en una fábrica de herramientas entre 1970 y 1983, fecha en que publica una novela de corte evidente autobiográfico, El té en el harén de Arquímedes que obtiene una gran acogida. Animado por el éxito, y tras haber sido recabada su colaboración para un reportaje de la cadena de televisión Antene 2 sobre los beurs, Charef acaricia la idea de llevar a la pantalla su novela. Michelle Ray, compañera del realizador Costa Gavras, el autor de Z y Mising. Gravas, después de leer el libro adquiere los derechos cinematográficos y, tras un accidentado proceso (cuesta mucho encontrar financiación a pesar del valor de cambio del nombre de Costa-Gavras, e incluso al final es la K.G., la compañía productora del matrimonio, la que debe hacerse cargo de la distribución), la película llega a rodarse con el propio Charef detrás de la cámara, estrenarse, y empezar a cosechar una larga serie de premios en Festivales tras su estreno en Cannes en 1985. También entre nosotros se convierte en un éxito absolutamente inesperado.
La historia El té en el harén de Arquímedes es muy representativa de la vida de esos magrebíes transplantados a la gran urbe de la metrópoli francesa (y ahora en las españolas), como lo pueden ser los turcos en Berlín, los nativos de la Commowealth en Londres (motivo al menos de dos hermosas películas de Stephen Frears, Mi hermosa lavandería y Sammy y Rosy se lo montan) o los de las colonias portuguesas en Lisboa. En este caso, se trata de los jóvenes argelinos que frecuentan el bar de Maguy, en una típica barriada francesa de los suburbios. Le llaman Ciudad de las Flores, pero en realidad es un jardín de hormigón donde los jóvenes pisan mierda de perro por todas partes. Los sótanos sirven para esconderse de los gendarmes, para ponerse ciego con pegamento, como hace Rustine, para beberse las litronas de los demás o para perder la virginidad con Mado, una chica demasiado simple. En su casa no se entiende con su madre que no entiende que su hijo olvide sus orígenes, su padre está idiotizado por un accidente laboral, hay una vecina francesa, una muchacha abandonada que padece una cruel depresión…
EI propio titulo ya es indicativo de la constatación de la distancia entre dos culturas diferentes y con un status social muy desigual: "thé au harem" es cómo escribe un estudiante árabe, ante el estupor de su profesor francés, la palabra "théorème"... Aunque se trata de una anécdota aparentemente banal, resulta un ejemplo muy significativo de transcultural misunderstanding, sobre el que cualquier emigrante puede contar muchas más. Charef no se esconde sino que aborda todo los graves problemas que acompañan a la situación: paro, precarización, delincuencia juvenil, droga, prostitución, emergencia del racismo y de la extrema derecha…Los familiares mayores que nunca han "llegado" a la ciudad, no han dejado sus propias raíces, ni su sociabilidad básica. Su virtud radica en presentarlas a través de la historia de la amistad entre un "meteco" y un joven francés, o sea sin recurrir a su inserción indirecta. Todo fluye naturalmente, es evidente que el joven director sabe de lo que habla. De ahí que su mira no sea fría ni determinista; es la de alguien que forma parte de aquello, que sabe que la miseria no es ni pintoresca ni sórdida. En el abismo siguen Ia vida, las relaciones fraternales y los sentimientos más diversos.
Por supuesto, el racismo también forma parte de todo aquello. No hace falta que se exprese políticamente con las banderas del lepenismo, los bates de béisbol se utilizan con facilidad entre las bandas, el racismo es un pretexto inherente a algunas de ellas. Los amigos protagonistas juegan con su presencia. Esto queda claro cuando roban en el metro. En el momento en que la víctima se percata de que la falta la cartera, no tiene dudas. Inmediatamente sospecha del árabe que va en el vagón, y siempre encontrará a alguien que le ayude a sujetar al presunto ladrón por más que éste proteste. El amigo francés que es quien tiene la cartera puede entonces marchar tranquilamente. Charef no engaña sobre la cuestión, roba el magrebí, y también su amigo francés, pero este queda situado fuera de toda sospecha. Los emigrantes o los pobres son las víctimas, pero no tienen porque ser todos buenos, la miseria y el desarraigo comportan inclinaciones delincuentes en todas partes
La película por lo tanto, no es maniquea, y detalles como el citado ofrecen la medida del rigor de su contenido. Al final, la amistad perdura por encima de los orígenes, y de la acción policíaca, no es por casualidad que el primer movimiento solidario con los emigrantes emergió también entre los jóvenes franceses que hicieron suya la divisa de SOS Racisme en Francia, No molestes a mi compañero y de la cual esta película resulta una buena ilustración. De hecho, aquel joven semidelincuente acabó siendo un novelista y un director de cine de prestigio. Se trata de un emocionante retrato de una amistad juvenil como una denuncia de la vida en la ciudades difusas, cruel para con sus habitantes más diferentes. Y está rodada de una manera que parece tener en cuenta que su destino debe estar en las salas donde se pueda hablar, polemizar, aprender. El té en el harén de Arquímedes es una de las mejores películas que se hayan hecho sobre la emigración del mundo mayoritario a Europa.
El cine francés que es el más avanzado de Europa cuanta con una amplia filmografía que aborda el tema migratorio como El odio (La Haine, Mathieu Kosowicz, 1995), película sin ningún escape, al tiempo que un alegato contra la brutalidad policial, un interrogante en profundidad sobre la situación de los jóvenes de los suburbios que sí bien rechazan las opciones militantes, no se resignan con el submundo que les ha tocado vivir, o De todo corazón (A la place du coeur, de Robert Guédiguian, 1998), quien sirviéndose de una novela del afronorteamericano James Badwin (Si la calle de Bale pudiese hablar), con el cual comparte la "creencia de que hombres y mujeres, o más bien ese sentimiento, de lo que les ocurre no es fatídico ni lógico. Luchan por sobrevivir, por vivir, por que sus hijos puedan amarse libremente". Guédiguian modula una narración llena de matices y afectos sobre los avatares de dos familias en una hermosa película "obrera" deudora de la herencia perdurable de Renoir de los años del Frente Popular. En primer plano sucede la historia de amor entre una adolescente blanca y un joven negro lo que "provoca" por sí mismo la reacción de mucha gente, sobre todo de la policía, pero la mirada fraternal y crítica de Guédiguian abarca una realidad más amplia: los conflictos étnicos y económicos de esa ciudad multirracial. "Como toda la gente Marsella es mi lenguaje (…) mis orígenes son una mezcla. Mi padre era armenio y mi madre alemana...”, ha afirmado Guédiguian, militante comunista crítico cuyo cine tiene todas las características de una contraposición al lepenismo que se ha ido apoderando del "alma" de una ciudad, Marsella, en la que nació:
Desde Bélgica (en coproducción con Francia), nos llegó una de las mejores películas europeas sobre sobre la miseria moral y la regresión social europea que subyace sobre "los sin papeles", La promesa (La promesse, 1996), la película que nos permitió conocer a Luc y Jean-Pierre Dardenne. Estos mediante un guión sólido, seco y directo que avanza inexorablemente a un final sin solución, nos proponen una panorámica desnuda y colectiva con el que ponen en evidencia la existencia del sustrato de la economía que se beneficia de la emigración. Los nuevos negreros son gente próxima, aquí resultan ser una familia, un padre y un hijo adolescente que hacen de este negocio, del tráfico de clandestinos, un modo de vida que les une desde un punto de vista familiar, constituyéndose tanto en verdugos de la historia como en víctimas de sí mismos. Esto es lo que subyace detrás de lo que, aparentemente, resulta una pequeña anécdota sin mayor grandeza, pero que irradia una trágica significación. El método consiste en dar vida a dos personajes (el adolescente Igor y su padre, Roger), sobre este trasfondo a través de la contraposición entre ambos sobre el hecho cotidiano del accidente mortal de un trabajador sin papeles, mientras que el padre trata de escamotear su responsabilidad, el hijo asume la responsabilidad de ayudar a la viuda, alguien con una historia y una dignidad, en cumplimiento de una promesa hecha al moribundo.
El muchacho (Jerémie Rénier) adquiere inesperadamente una conciencia del mundo en que vive, de la actividad a la que se dedica como ayudante de su padre, un tipo corriente que va a lo suyo y al que el afán de beneficio le ha hecho perder sus escrúpulos, sin embargo, no está exento de una cierta ternura, de una justificación (del "Esto es lo que hay) lo que, evidentemente, desde el momento en que se instala en semejante negocio, no le redime de sus abusos, de su crueldad, aunque esta pueda resultar involuntaria. La relación entre Igor y Roger, muy bien explicada en la primera parte de la película, se verá seriamente afectada por una promesa que abre una entrañable relación entre Igor y Assita, la viuda de Harnidou. El muchacho va creciendo en la medida en que sus actos tienen repercusiones en las que nunca antes no podía haber pensado, y sobre las cuales permanecía ajeno mientras tomaba su trabajo como parte de sus juegos y diversiones. Como corolario, se invita al espectador a que reflexione sobre su verdadero sitio en una historia que puede ocurrir en cualquier rincón de una Europa en la que la única "luz" proviene del beneficio fácil
Si no fuese por las exigencias del espacio podríamos echar un vistazo a otras producciones en la misma línea crítica y solidaria como la que representa el veterano Alain Tanner que ha mostrado su preocupación sobre este tema en algunas de sus películas, como por ejemplo en La mujer de Rose Hill (La femme de Rose Hill, 1989), la pequeña historia de una mujer de La Martinica "adquirida" para contraer matrimonio con un árido agricultor suizo, y cuyo punto de mira se presenta de manera mucho más dolorosa que en Flores de otros mundos…
No podemos de ningún modo olvidar Asediada (Besieged (1998), una extraordinaria película que ha significado el regreso de Bernardo Bertolucci al cine de bajo presupuesto, y que se puede considerar como su mejor película al menos desde Novecento. Cuanta la delicada e intensa historia de una joven africana cuyo marido sufre prisión por represión política en país, y que trabaja para pagar sus estudios de medicina en una Italia mezquina en la que la burocracia le pone todo tipo de trabas. Vive silenciosamente junto a alguien que representa una especie de antítesis suya, con un músico inglés retraído y melancólicamente sentimental. Bertolucci plantea, más allá de un ambiguo y delicado romance postergado hasta la liberación del marido (un compromiso que para ella antecede a cualquier otro; todo un apunte sobre una concepción honesta ante la vida y la libertad), las dificultades agobiantes de una inserción irremediablemente conflictiva en un mundo cultural y económico hostil y ajeno al propio (una trama que remite, por ejemplo, a La canción de Carla, la incomprendida película de Ken Loach).
Una de las últimas grandes aportaciones sobre el muro del Estrecho es Lejos (Francia, 2002), de André Techiné conocido entre nosotros por una de las películas francesas que más claramente habla de la guerra francoargelina: Los juncos salvajes… Ahora, Techiné se acerca a esa España por una de sus heridas abiertas más sangrienta, la del Estrecho considerado como el muro del Norte de la miseria africana. En el corazón de esa frontera se encuentra Tánger, que el cineastas define "como un ser espacio fronterizo. Es puente y barrera al mismo tiempo. .A su espalda están África y el mundo árabe, frente a él Europa. Es una ciudad habitada por gentes que. Sueñan con el norte y por personajes fascinados por el sur”.
En el Fotogramas, Mirito Torreiro dice con buena-mala intención en su crítica "He aquí una película que no gustará a Juan Azurmendi, presidente del Foro de la Emigración, y a quienes exculpan de los males que aquejan a las complejas sociedades emergentes en los llamados mares de plástico, los cultivos del invernadero de Almena, a los propietarios/explotadores de mano de obra inmigrante. Porque sí algo tiene la película de Chus Gutiérrez es que su toma de partido es clara: por los desposeídos marroquíes, subsaharianos, esteuropeos; por quienes, aun estando en el bando de los autóctonos, han conocido la explotación en la emigración europea de los 60 (es espléndida, en este sentido, la muda secuencia en que Coronado, criado en Suiza, contempla las imágenes de aquellos españoles emigrantes que tanto padecieron por Europa hace sólo treinta y tantos años".
Sin embargo, hay quienes creen, al contrario que Azurmendi o que el alcalde de El Ejido, que es posible vivir de los invernaderos, pero sin explotar a nadie, como Lucía, la protagonista de la historia. Su punto de mira es el propio de la gente que, como los militantes solidarios de Andalucía acogen, ofrecieron la cara solidaria cuando estalló el motín antiinmigrante de El Ejido, que está en el fondo de la película. en su caso, lucía representa a los que regresan con la riqueza de la propia experiencia de antiguo emigrante asumida, y que se oponen a la voracidad de unos propietarios que ansían tener más tierra, más beneficios, más impunidad, y a la estupidez de tanta gente llana educada en el cultivo de los estereotipos, y que antes "la montaban" contra los gitanos, y que ahora se sienten más españoles atribuyendo a los emigrantes las pillerías de unos pocos, siendo incapaces de contemplar sus propias vigas racistas.
Poniente es un ejemplo de un cine que, aunque sea de manera intermitente, aparece en nuestras pantallas, y que demuestran que es perfectamente posible hacer una buena película que puede gustar incluso a los más tibios sobre el tema que trata, pero que cuenta con el valor añadido de enseñarnos cuatro o cinco cosas sobre uno de los acontecimientos más vergonzosos de la historia española actual.
En Poniente, en un pequeño papel de líder sindical que modera una asamblea de inmigrantes aparece el obrero filósofo de En construcción, Abdel Aziz el Mountassir, y queda ya para el anecdotario de rodaje la treta de un actor canario en paro que fingió ser marroquí para acceder al casting, superó la prueba y destapó su juego por temor a ser descubierto cuando le dijeron que debía ensayar con otro actor marroquí…Podríamos hablar también de En construcción, ya distribuida en vídeo, o de En la puta vida, una tragicomedia sobre los problemas que lleva consigo la inmigración ilegal en España, el "apartheid" jurídico de la Ley de Extranjería (consentida). A partir de la novela El huevo de la serpiente, de María Urruzola, una desconocida (entre nosotros) directora uruguaya, Beatriz Flores Silva, narra los múltiples avatares de la joven Elisa, que sueña con poder abrir una peluquería en Montevideo, pero se ve obligada a ejercer la prostitución para mantener a sus dos hijos. Finalmente, decide instalarse sin documentación en Barcelona, donde descubre lo que es de verdad la "puta vida". Podríamos hablar de muchas más, porque la inmigración está siendo abordaba en muchas películas que necesarias sobre las que habría mucho, mucho que hablar.